jueves, 12 de febrero de 2015

Adiós lago Poopó



El año pasado tuve un paso rápido por el lago Poopo, deseaba sacar una foto pero el espejo de agua se veía muy lejano, un compañero me dijo que no me preocupe que en el periodo de lluvias se nivela el espejo de agua. Al hacer seguimiento de las noticias, pude revisar algo sobre el triste estado de este cuerpo de agua y su virtual desaparecimiento. No debemos de ser indiferentes y es necesario tratar de exigir a las autoridades medidas de impacto para que no tengamos que lamentarnos a futuro por la perdida de la que una vez fue un gran lago...


Adiós Lago Poopó
Pablo Cingolani.
 
El barro lo atrapó. Mientras miles de tentáculos invisibles lo jalan hacia abajo, mientras se hunde, se va hundiendo sin pausa y sin remedio, el hombre confía, el hombre se confía: voy a salir, se dice para adentro, en medio de la soledad total que lo rodea, aunque él la conoce bien: es su soledad.

Diez mil pasos lo separan de la orilla. Diez mil pasos lo separan de tierra firme y el lugar donde el barro salino y movedizo se lo traga, se lo está tragando. El hombre se recrimina: ¿por qué carajo tomé este atajo?


La historia es memorable. Un hombre, un comunario de Llapallapani, un Uru, un pescador dice la noticia[1] aunque debería decir un ex pescador, navega el lago Poopó en una barca improvisada de calamina y madera. Va en busca de sus herramientas (¿de labranza?). Cuando quiere regresar, toma un desvío, y ¡zas! se friega y se enfanga y queda atrapado a diez kilómetros de la orilla. El motivo, según explicó el corregidor Quispe, fue que “al medio [del lago] se ha acabado el agua”.

La historia es dura, sufrida. El hombre se llama Eulogio Ríos (¡qué ironía!) e intentó librarse del barro por sus propios medios pero la salinidad de las aguas, le dañó los pies. Se quedó solo, sin comida y sin poder moverse en medio de la soledad total que lo rodeaba. Su propia soledad, la soledad de su pueblo, la soledad de un mundo que no sabe o no quiere entender que el mundo de los Urus está muriendo, está desapareciendo.

La historia es paradójica: un Uru de cinco mil años de domar las aguas y las alturas se queda atrapado (y casi muere) por que en las alturas, el agua se está acabando, ya no es agua: es barro. Lo más paradójico de todo es que a este hombre, a Eulogio, lo salvan un (su) teléfono celular y un helicóptero (no suyo, del gobierno). Me alegro por él, por el Eulogio, por su esposa y sus siete hijos que lo esperaban desesperados en Llapallapani. No me alegro por la tecnología, no puedo alegrarme.

La historia es triste, es tristísima. El lago Poopó se está secando y se está muriendo. Muerte por zinc. Muerte por cadmio. Muerte por contaminación minera. Muerte por cambio climático. A fines del año pasado, hubo tanta mortandad de peces y de aves, que ya huele a lo que los estudios científicos predicen: muerte anunciada, apocalipsis lacustre, adiós lago Poopó, nuestro propio Mar de Aral.

El celular sirvió para que Eulogio se comunicase y salvase su vida. Pero, ¿cómo hace el lago Poopó para comunicar que se está extinguiendo, que se está agotando, que ya no puede más? ¿A quién disca, con quien habla?

El helicóptero sirvió para ayudar a un Eulogio con arnés provisto por los bomberos de Oruro a salir de la trampa mortal donde había caído. ¿Quién ayuda al Lago Poopó?  ¿Quién lo rescata de su agonía?

Mi corazón me dicta una verdad terrible: no hay arnés, no hay bomberos, no hay ni siquiera esperanza.

Imagen: Trabajo realizado por Eliseo Aguilar.

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